In albis

Las malas experiencias no llenan una vida, pero es curioso como a través de ellas se puede contar la historia de cada uno de nosotros. Son esas anécdotas que no se olvidan, que jalonan nuestra vida de cuando en cuando, como hitos en una carretera. 

Hay malas noticias que nos sacuden hasta que nos quitan toda esperanza. La ausencia de un ser querido siempre nos hace replantear muchas cosas, arrepentirnos de algo que le hicimos, de algo que nunca le dijimos y que le queríamos haber dicho o de incluso de no habernos despedido de él como hubiésemos querido. 

Hay otras pérdidas que no por esperadas son más fáciles de digerir, pérdidas tras las que llega la soledad; la temida soledad. El vacío que a ratos parece insoportable. Un vacío que asusta pero por el que ocasiones hemos tenido que apostar. Un vacío que se instala dentro de nosotros y nos hace difícil seguir adelante; pero a pesar de todo, como siempre, la vida inexorable que sigue su curso y de una u otra forma, tenemos que aprender a vivir colmados de ausencias. 

Gracias a las ausencias, tenemos la oportunidad de replantearnos qué es lo que queremos de nosotros a partir de hoy. Coger todas las herramientas necesarias para poder construirnos el futuro. No es nada raro estar yendo y viniendo a quién fuiste y de dónde viniste, para saber hacia dónde se situará tu hoja de ruta a partir de ahora. 

Las ausencias siempre están, porque cada una de ellas compone una historia detrás de ti, una anécdota que te marcó para bien o para mal y que hoy hace mella en algo que tiene que ver con lo que hoy eres. 

Alguien me dijo un día que cuando una persona se va, otra viene y esa ausencia, pese a todo lo que te haya enseñado su presencia, acaba cubriéndose y deja de ser imprescindible. Mi eterna mentora, no suele equivocarse en todo lo que dice. Por eso redunda siempre sobre la "prescindibilidad" de las personas aunque sean tremendamente trascendentes en tu proceso de aprendizaje. Me dijo que las ausencias te acompañan toda la vida, pero no se quedan siempre. 

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